El paradigma de crecimiento económico sostenido sigue contribuyendo al deterioro de los ecosistemas, la sostenibilidad aún no llega. Datos recientes nos dicen que estamos desequilibrando el ciclo global del agua, sí, ese ciclo que pone en funcionamiento la vida ¿Qué viene? Vea en el móvil o en la televisión lo que está ocurriendo en la región mediterránea de España. Todo mal. Este es solo uno de los casos.
Fuimos tan genios, tan súper poderosos, que ya no vale pedir lluvia para la siembra. En menos de 24 horas cayó sobre comunidades del sureste español la cantidad de agua que debe caer en un año. Ya tenemos las siglas del fenómeno meteorológico pero una vez sea atendida la emergencia -que ya supera las 200 pérdidas humanas- es tarea ineludible regresar al análisis de la responsabilidad que tiene el modelo de desarrollo hegemónico con semejante furia de la naturaleza.
Las cifras del impacto de la mala gestión del agua y la crisis climática en la futura producción de alimentos son alarmantes. Si en el presente no se toman medidas, para el año 2050, la mitad de la producción alimentaria mundial estará en riesgo. Cambio climático, uso destructivo de la tierra, mal manejo de los recursos hídricos, todo en detrimento del bienestar humano, usted se preguntará ¿Qué estamos haciendo bien? Muy poco o casi nada.
Con una crisis del agua en puerta y pronósticos de sistemas alimentarios en caos, nuestra madre tierra está enferma. La radiografía no mejora con temperaturas globales a niveles récord y fenómenos extremos climáticos golpeando por doquier. Así luce la obra del sistema capitalista mientras los líderes mundiales se preparan para la próxima cumbre sobre cambio climático.
Los retos del cambio climático parecen insuperables pero cada vez hay más organizaciones y movimientos que buscan cambiar el orden de las cosas. En algunos rincones está claro que “el crecimiento infinito dentro de un medio ambiente finito es obviamente un imposible” obviedad que rescata el economista alemán Ernst Friedrich Schumacher para cuestionar el culto al crecimiento ilimitado.
Su libro Lo pequeño es hermoso, empieza con la pregunta ¿el problema de la producción está resuelto? seguidamente responde que justo creer que “el problema de la producción” está resuelto es uno de los más terribles errores que cometemos. En la actitud del hombre occidental hacia la naturaleza, en la expansión de esta actitud, él dice que está el problema.
“El hombre no se siente parte de la naturaleza, sino más bien como una fuerza externa destinada a dominarla y conquistarla,” además vive en la ilusión de contar con súper poderes alcanzados a través de la ciencia y la tecnología.
En la práctica, nos expone el autor, el hombre moderno occidental no le interesa el medio natural pues lo trata como un flujo interminable de recursos, no distingue que es un capital irremplazable y lo que esto significa para la humanidad.
El texto traducido a más de treinta idiomas señala a la educación como el mayor de los recursos, pero no cualquier educación como dijo una vez el Libertador Simón Bolívar: “El talento sin probidad es un azote” y allí encaja con uno de los pedagogos más importantes del siglo XX, Paulo Fraire, quien planteó la educación como práctica de libertad.
En América Latina, en contraposición al modelo hegemónico de producción y consumo, se han multiplicado las escuelas de agroecología donde se cruzan las exigencias y luchas por lo común: el acceso al agua, la tierra y el territorio, la defensa de las semillas criollas y nativas, el cuidado de la biodiversidad.
Los espacios de educación popular agrupados en Vía Campesina y la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, en enlace con la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra, son una alternativa fundamentada en agroecología y soberanía alimentaria. Es decir, no sólo de lo ecológico se trata.
La agroecología propone formas alternativas de pensar y llevar adelante el desarrollo, el bienestar y las relaciones con la naturaleza. En Nuestra América, cada experiencia es distinta y se forja desde diferentes territorios en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay y Venezuela.
El desastre climático es abrumador y globalizar la esperanza tiene sentido, sobre todo sí, en terreno, se trabajan soluciones que están tomando forma. La agroecología se contrapone a la cultura individualista y ubica la biodiversidad como principio organizador de la Madre Tierra. También son conquistas sociales que combaten el despojo y la concentración para que las tierras sean de quienes la trabajan y habitan.
El neoliberalismo promueve anti-valores como el consumismo, la dominación y el egoísmo. La educación agroecológica, al contrario, retoma la lucha indígena, negra, feminista, anticolonial y antiimperialista de más de 500 años.
La organización Anamuri reúne a unas 10 mil mujeres campesinas e indígenas de Chile. Ellas hablan de un feminismo campesino y popular capaz de responder a las demandas de las mujeres en sus contextos, piden ser llamadas agricultoras y no amas de casa pero la brecha de género no solo está en el escaso reconocimiento de las tareas ni en la inequitativa posesión de la tierra. En los campos de América Latina las mujeres trabajan entre 15 y 18 horas por día y en países como El Salvador reciben 16% menos de salario por hacer el mismo trabajo que los hombres.
Las mujeres del campo producen hasta un 50% de los alimentos consumidos a diario en el mundo. En América Latina lideran la transformación del sistema agroalimentario y desde los feminismos campesinos y sus alianzas tienen un lema y un objetivo: sin feminismo no hay agroecología.
Cerca del 46% de la población rural de América Latina es indígena o afrodescendiente. La mayoría de estas comunidades conciben a la naturaleza como sujeto de derechos y son responsables de la riqueza biológica que conserva el continente. Vivir con lo necesario y en armonía con la Madre Tierra es saber ancestral, mientras mayor sea el legado biocultural transmitido y el apego de las familias campesinas al mismo, mayor es la resiliencia ecológica y cultural.
La educación desde y para la rebeldía, en palabras de Paulo Freire, implica que “luchamos por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer”. La lucha por la tierra empieza en el pensamiento propio y la conciencia propia de clase.
La agroecología es un elemento articulador de luchas, es una vía contrahegemónica, es justicia social y ambiental. Nuestro planeta requiere un cambio de humanidad. Atender la grave crisis climática exige cuestionar un modelo depredador que guiado por la avaricia nos está conduciendo a la muerte.
Volviendo al maestro Freire “quien se atreva a enseñar, debe estar dispuesto a aprender” y organizaciones en terreno están demostrando que la solución está brotando campo adentro. La soberanía alimentaria y la defensa de los bienes comunes como el agua son luchas colectivas, los movimientos agroecológicos han generado experiencias que marcan un camino para dejar de hacer muy poco o casi nada.
Ilustración Eli Peláez @eli_peza_taller_portatil