Mientras los mercados internacionales disfrutan de productos libres de pesticidas producidos por campesinos peruanos, los consumidores del país acceden a productos altamente contaminados.
En Perú, las piñas que llegan a los mercados nacionales están contaminadas con niveles alarmantes de pesticidas. Este modelo no solo pone en riesgo la salud de los peruanos, sino que evidencia un sistema de distribución profundamente desigual, donde los estándares de calidad se reservan para otros países en detrimento de las poblaciones locales.
Un informe reciente publicado por Salud con Lupa reveló que piñas vendidas en los mercados más emblemáticos de Lima, como el de Surquillo y el mercado Santa Rosa, excedían hasta en un 7600% los Límites Máximos de Residuos (LMR) de pesticidas establecidos por las autoridades sanitarias.
Entre las sustancias detectadas se encuentran el clorpirifos, dimetoato y ometoato, todas ellas prohibidas o estrictamente reguladas debido a sus efectos nocivos sobre la salud, que incluyen daños al sistema nervioso, alteraciones endocrinas y posibles efectos cancerígenos.
A diferencia de los productos destinados al mercado interno, las piñas exportadas cumplen con estrictos controles de calidad para garantizar su inocuidad. Esta doble vara refleja un sistema de producción agrícola que privilegia a los mercados internacionales en lugar de proteger a los consumidores locales.
Según datos del Servicio Nacional de Sanidad Agraria (SENASA), mientras las frutas que se exportan deben pasar rigurosos análisis, las destinadas al mercado nacional carecen de la misma supervisión, exponiendo a los peruanos a riesgos evitables.
El abogado y defensor del consumidor Jaime Delgado Zegarra, quien lideró las investigaciones, denunció que esta situación representa una “grave violación al derecho a la salud y a la alimentación adecuada de los peruanos”.
Además, subrayó que los agroquímicos detectados en las piñas no solo afectan a quienes las consumen directamente, sino que también tienen un impacto en las prácticas agrícolas y el medio ambiente.
En términos regionales, América del Sur ocupa un lugar destacado en el consumo de plaguicidas, con Brasil y Argentina entre los principales usuarios a nivel mundial. Chile también presenta niveles elevados de aplicación, alcanzando un promedio de 4,2 kg/ha, más del doble de la media de los países de la OCDE.
No obstante, el uso intensivo de plaguicidas ha traído consigo múltiples desafíos ambientales y sociales. Entre sus consecuencias destacan la pérdida de fertilidad del suelo, la contaminación de ecosistemas, la resistencia genética de las plagas, y las intoxicaciones humanas, con una preocupante concentración de muertes en países en desarrollo.
A nivel global, Asia lidera el consumo de plaguicidas con un 52,8%, seguido de América con un 30%.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se producen 25 millones de casos de intoxicación por plaguicidas en el mundo, causando la muerte de 20.000 personas.
Los principales productos utilizados incluyen herbicidas, insecticidas y fungicidas, que representan el 94,5% del total. En América del Sur, la presión por satisfacer la creciente demanda de alimentos ha impulsado el uso de estos químicos, lo que a su vez ha generado problemas irreversibles para el medio ambiente y la salud pública.
Sin embargo, el problema no es de producción, sino de distribución y el hambre en los países del Sur Global sigue afectando a cada vez mayores porciones de la población.